domingo, 24 de agosto de 2014

Medico Interno de Pregrado.

Soy mujer de pocos miedos. Yo, por ejemplo, no le tengo miedo a la oscuridad, ni a las alturas, ni a la velocidad. No le temo a los reproches, ni a las peleas. Hace tiempo le perdí el miedo al fracaso y no me da miedo estar sola. Me da orgullo decir que se lidiar con el estrés y que no me da miedo equivocarme, ni aceptar mis errores y pedir disculpas. No me da miedo decir las incoherencias que pienso ni atenerme a las consecuencias de mis palabras. No me da miedo ser yo algunas veces, y demasiado yo, casi siempre. 
Y sin embargo, a mis escasos 22 años tuve miedo en muchas ocasiones y tuve que aprender a perderlo en muchas otras, entre ellas tuve que perderle el miedo a ser medico interno de pregrado. El primer día del internado, estaba mas ansiosa que temerosa y para empezar bien el año, ese día tuve guardia, veía a mis compañeros y mi querida guardia B compartía una sola cosa en ese momento: inexperiencia. Nuestros maestros fueron los internos que se despedían del hospital, y nos enseñaron bien y rápido lo justo necesario para sobrevivir. Los primeros días fueron nuestros consultores y los que nos resolvían dudas y preguntas variadas. Una vez tomamos el ritmo, dejamos de preguntar y empezamos a hacer, y poco a poco perdimos el miedo a tomar decisiones y a dejar indicaciones. 
Ayer se cumplieron 2 meses que entre al hospital, recuento de daños: 21 guardias, lo que parecen mil y un partos, episiotomias y episiorrafias, cesáreas por indicaciones variadas, parturientas, amenazas de aborto, abortos completos, incompletos, en evolución, inminentes, amenazas de parto pretermino, preeclampsias, eclampsias, sx. de hellp, cardiopatias dilatadas del embarazo, isoinmunización, control prenatal... ustedes nombrenlo, yo lo he visto. Estoy a escasos 8 días de cambiar de servicio, se termina ginecología y obstetricia por el momento, y no, no puedo decirles que no me da miedo la rotación, pero la llegada del primero de septiembre es inevitable tanto como lo es mi cambio a pediatría. 
No me mal entiendan, no le tengo miedo a los doctores, ni a las preguntas, ni a las guardias. Le tengo miedo a los niños, a los interrogatorios indirectos, a las mamás que no llevan a sus hijos al hospítal hasta que los ven graves, a la falta de control prenatal, a los neonatos que empiezan a desaturar a las 3 de la mañana, le tengo miedo a las ligaduras de cordón mal hechas, a los prematuros. Les tengo miedo a las iatrogenias. A la sala de unidad de cuidados intensivos neonatales y a las infecciones nosocomiales. Me da miedo saber que mis clases de pediatría y embriología no solo fueron mediocres sino prácticamente inexistentes. Tengo miedo de equivocarme, no por mi ni por las consecuencias inmediatas para mi y mis superiores, me da miedo causarle un problema a un niño que tiene toda su vida por delante. Me da miedo calcular mal una dosis, los líquidos y electrolitos, indicar medicamentos con todo y sus efectos secundarios. Me da miedo pediatría. 
En 2 meses he sido testigo de muchas cosas tanto buenas como malas. Me di cuenta que la iatrogenia no es tan rara como lo pensaba, y que no solo el medico puede cometerla. Veo como el hospital funcionaba antes de nosotros y como va a seguir haciéndolo cuando nos vayamos, inmutable. Veo a los médicos de base, algunos conformes otros inconformes con nuestro desempeño. Soy testigo de los problemas internos entre un servicio y el resto, entre una guardia y otra, entre mis mismos compañeros, entre médicos y personal de enfermería. Veo los cambios que tienen mis compañeros en su actitud, en su desempeño, en su habilidad, en su persona general y me pregunto si yo también he cambiado. 
Quisiera alcanzar a entender la repercusión que ha tenido para todos el internado y dudo alcanzar a comprender la complejidad del asunto. En lo personal, no me siento diferente, pero veo que mis compañeros si lo son. Y principalmente, mi miedo es no darme cuenta de esos cambios personales y convertirme en uno de esos compañeros a quienes todos tienen en mal concepto. 
Así que sí, el internado da miedo, aun estoy aprendiendo a perdérselo, lo único bueno de todo esto es que aceptando mi miedo, no lo dejo detenerme. Es normal tener miedo, incluso de uno mismo. Del futuro. De los comienzos y finales. Miedo del miedo. Lo bonito del miedo es que te da esa sensación en la boca del estomago que te recuerda que aquí sigues, que te llena de prudencia, de ilusiones, de ganas de superarte. Y aunque en un principio el internado me parecía imposible, le he agarrado gusto, me divierto en el hospital, me gusta estar allí. No le he perdido el miedo del todo, pero voy avanzando. Lento, pero segura. 
Y claro, también esta ese miedo que no quiero perder, el miedo a perder el suelo, a sentirme más de lo que soy, a pensarme invencible e inequívoca. El miedo a las consecuencias de mis decisiones. El miedo a estancarme, a no seguir estudiando, a no seguir aprendiendo, a conformarme y sentirme satisfecha con mi desempeño. Tengo miedo de perder el miedo a ser una mala interna y en un futuro un mal medico. Tengo miedo de desaprovechar mis rotaciones, de abandonar las ganas que me acompañan hasta ahora. Tengo miedo de mi mediocridad, de mi falta de prudencia, de mi agotamiento. Tengo miedo de adoptar las mañas de los médicos de base y de algunos de mis compañeros. 
Y acompañada de estos miedos, algunos buenos, otros malos, descubrí que este año, más allá de renovar la vocación por mi profesión, es un año de reto, para confirmarla. He tenido días buenos y malos, me he encontrado completamente agotada tanto dentro como fuera del hospital, le he quedado mal a mi familia, a mis amigos, a mi novio en varias ocasiones. Por eso en días malos, voy a casa. Básicamente a que me apapachen, porque para eso es que uno va a casa. A que mamá prepare la comida que te gusta y las abuelas te digan que te ves delgadita y bonita, a que papá hable para preguntarte de tu día, a contarle tus problemas en el hospital a tu mejor amiga, a ver a tus mejores amigos de toda la vida, a darle un beso a tu novio. Esencialmente uno va a que lo quieran. Porque en casa a uno lo quieren y no escatiman en eso. Por eso desde hace 2 meses entendí que ir a casa es ir a casa. No es ir a ninguna otra parte a menos que sea con las personas que son tus principales dadores de amor: tus mejores y mas cercanos amigos, tu familia, tu novio. No hay espacio ni tiempo para más. 
Así que el internado me ha traído cosas buenas, cosas malas y nuevos retos a cumplir. Me ha obligado a enfrentarme a muchos miedos nuevos y viejos, y aunque no he alcanzado a perderlos del todo, me ha ayudado a superarme tanto personal como academicamente. Pero sobretodo, me ha recordado las cosas importantes de la vida, las de verdad: la prudencia como medico, el interés por mis pacientes, el miedo a conformarme, el amor por mi casa y sobre todo, que esta bien tener miedo siempre y cuando no dejes que ese miedo te paralice.
Soy mujer de pocos miedos. Yo, por ejemplo, no le tengo miedo a la oscuridad, ni a las alturas, ni a la velocidad. No le temo a los reproches, ni a las peleas. Hace tiempo le perdí el miedo al fracaso y no me da miedo estar sola. Me da orgullo decir que se lidiar con el estrés, pero recientemente descubrí que sí me da miedo equivocarme, especialmente sí de un paciente, de un amigo o de un familiar se trata.

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